La Tensión entre la Salud Global y la Soberanía Nacional: ¿Un Peligroso Conflicto en el Horizonte? EE.UU. y el Reglamento Sanitario Internacional

La reciente postura de Estados Unidos frente al Reglamento Sanitario Internacional (RSI) ha encendido las alarmas en la comunidad internacional. El rechazo a este crucial instrumento de gobernanza sanitaria global plantea serias interrogantes sobre el futuro de la cooperación en materia de salud y la capacidad del mundo para responder a futuras pandemias. La experiencia de la COVID-19 demostró, de manera brutal, que la salud no conoce fronteras y que la seguridad sanitaria de cada nación está intrínsecamente ligada a la salud global.
El RSI, adoptado por la Asamblea Mundial de la Salud en 2005, establece un marco legal para la cooperación internacional en la prevención, preparación y respuesta ante riesgos sanitarios. Su objetivo es fortalecer la capacidad de los países para proteger a su población de la propagación de enfermedades, al tiempo que se respeta su soberanía nacional. Sin embargo, la interpretación y aplicación de este reglamento se han convertido en un punto de fricción, especialmente en lo que respecta a la capacidad de la Organización Mundial de la Salud (OMS) para declarar emergencias sanitarias de interés internacional y coordinar acciones a nivel global.
El argumento central de los detractores del RSI, y particularmente de la postura estadounidense, se centra en la preocupación por la posible injerencia en la soberanía nacional. Se teme que la OMS pueda imponer medidas restrictivas o incluso obligar a los países a adoptar políticas de salud que no se ajusten a sus intereses o prioridades. Esta visión, aunque comprensible desde una perspectiva nacionalista, ignora la realidad de que las pandemias no respetan las fronteras y que la cooperación internacional es esencial para contener su propagación.
La pandemia de COVID-19 puso de manifiesto la fragilidad de los sistemas de salud nacionales y la necesidad de una respuesta coordinada a nivel global. Los países que actuaron de manera unilateral, cerrando sus fronteras y restringiendo el comercio, sufrieron las consecuencias económicas y sociales más severas. Por el contrario, aquellos que colaboraron con la OMS y compartieron información y recursos fueron más capaces de controlar la pandemia y proteger a su población.
La decisión de EE.UU. de cuestionar el RSI no solo pone en riesgo la gobernanza mundial sanitaria, sino que también socava la confianza en las instituciones internacionales y dificulta la cooperación en otros ámbitos cruciales, como el cambio climático, la seguridad alimentaria y la lucha contra la pobreza. Es imperativo que la comunidad internacional reafirme la importancia del RSI y trabaje para fortalecer la OMS, garantizando al mismo tiempo que se respeten los principios de soberanía nacional y no injerencia.
En definitiva, la tensión entre la salud global y la soberanía nacional no es un conflicto inevitable. Es posible encontrar un equilibrio entre la protección de la salud pública y el respeto a la autonomía de los países. La clave está en la transparencia, la rendición de cuentas y el diálogo constructivo. El futuro de la salud global depende de ello.